17 de julio de 2007

A una flor

Colorida flor, esta mañana caminaba con destino pero sin rumbo, como todos los días, tomé un cafe y salí de casa para internarme pronto en una lúgubre oficina de la que ya me sé cada rincón, cada hueco, cada mugre y hasta cada perfección de los rostros de mis colegas.


En el trayecto, me detuve en el jardín que con esmero cuida curiosamente un hombre maduro y atractivo, pero no lo hice por él sino por las flores. Una de tantas me llamó la atención: un pensamiento, y hasta le veía sonriente. El amarillo resplandecía, quería saltar.


El Pensamiento me condujo a los vericuetos de mi infancia, a mi primer novio, a las historias de mi abuela. Cada recuerdo me era grato, cada instante del pasado me revitalizaba. Todas la sensaciones que sentí en unos pocos minutos me fueron suficientes para colorearme el día que se avecinaba un poco oscuro en la oscura oficina.


Gracias por tan sencillo regalo.