30 de octubre de 2006

“El Invernadero”: cuatro años sembrando sentimientos y recogiendo cuentos

Dice un viejo refrán que “quien siembra vientos, recoge tempestades”, pero Carmen Bermejo Fuertes decidió dar la vuelta a esa recurrente frase y creó en Madrid un rincón muy especial, un taller de escritura creativa llamado ‘El Invernadero’, en el que sembrar semillas sentimentales para recoger posteriormente una vasta cosecha de cuentos.
Esta ‘jardinera’ manchega (“nacida en Ciudad Real en el siglo pasado”, bromea) tan particular, con experiencia como profesora de educación primaria, psicoanalista, actriz y cuentista (“ésta una palabra muy devaluada, porque sólo se conoce su significado despectivo, el de alguien que actúa con embustes, pero no olvidemos que cuentista es aquella persona que escribe y/o narra cuentos”, suele decir), decidió abrir las puertas de este espacio de libertad para la creación en 2002.
“’El Invernadero’ es esa burbuja fuera del tiempo, dotada de un clima cálido, a salvo de los vientos helados de las críticas y de las modas, donde nuestras semillas, nuestra más elemental esencia, nuestra más pura verdad, nuestro verdadero color, puede surgir sin miedo y crecer para ofrecernos el fruto de esos tesoros ocultos que todos llevamos dentro y de los que muchas veces no somos conscientes absorbidos por las prisas, la productividad y la uniformidad que presiden nuestra vida cotidiana”, comenta Bermejo cuando se le pregunta por esta experiencia tan particular.
A pesar de dar importancia al hecho de que los grupos no sean muy amplios “para poder crear una atmósfera apropiada”, ella nunca cierra las puertas del ‘invernadero’ (“porque todos y todas tenemos algo que contar en algún momento”) y sigue recibiendo nuevas ‘semillas’ con las que disfrutar de momentos de ‘cosecha’.
“Me interesa mucho más el fondo que la forma; aquí ha llegado gente que no había escrito nada previamente –convencida, además, de que lo hacía mal, que no era capaz de juntar dos frases juntas- y cuya riquísima vida interior, cargada de belleza, afloró desde el primer relato y nos regaló momentos de risas y de lágrimas; en definitiva, de emoción, que es a lo que yo busco dar salida”, insiste.
Sobre el temor que el potencial alumnado tenga a exponer la propia vida en cada relato, Carmen Bermejo niega que los cuentos tengan que ser meramente autobiográficos. “Incluso los que son de ficción, bueno voy más allá, incluso los que son de ciencia ficción, llevan como espina dorsal la verdad que cada uno lleva dentro. Lo importante es eso, que nadie se engañe y vuelque en su relato SU VERDAD”, recalca, al tiempo que señala que también se ha encontrado en estos cuatro años con el ejemplo inverso, “el de gente que no quería abrir su corazón y, de repente, estaba tan a gusto que acababa relatando cosas verdaderas de su pasado o de su presente, en una especie de vivencia catártica”. Por Aldebarán

‘El Invernadero’ abre sus puertas durante dos horas, de forma semanal, en Madrid. Para cualquier información adicional, contactar con cbermejofuertes@yahoo.es

6 de octubre de 2006

La importancia del ocio

Les envío el primero de varios textos seleccionados de
las obras de Federico Nietzche. Lo hago para mis
recordados hermanos, hermanas y mis queridos amigos. Pablo


Este que sigue a continuación corresponde a una de sus más importantes creaciones filosóficas y literarias del gran pensador alemán: La Gaya Ciencia:
"329. Ocios y ociosidad.- Hay algo de salvajismo indio, peculiar a la sangre de los pieles rojas en la manera con que los norteamericanos ambicionan el oro.
Su ansia de trabajo que llega hasta hacerles echar los bofes, empieza ya a contagiar a Europa y a propagar por ella un singular error. Ahora nos avergonzamos del reposo; la meditación prolongada casi produce remordimientos; se medita reloj en mano mientras se come, con los ojos fijos en las cotizaciones de bolsa; se vive como si se temiera dejar de hacer algo. "Más vale hacer cualquier cosa que no hacer nada": esta máxima es un ardid para dar el golpe de gracia a todas las aficiones superiores. Y así como con esa precipitación en el trabajo desaparecen las formas para los ojos, sucumben también el sentido de la forma y se pierden la vista y el oído para la melodía del movimiento. La prueba está en la tosca precisión que ahora se exige en todo, siempre que el hombre quiere ser leal con el prójimo en sus relaciones con amigos, mujeres, parientes, niños, en las de maestros y discípulos, en las de los directores y los príncipes.
No hay ya tiempo ni constancia para las ceremonias ni para los rodeos de la cortesía ni para el ingenio en la conversación ni para otium alguno. La vida a caza de ganancias obliga a la inteligencia a una tensión abrumadora, a un disimulo constante y al cuidado de engañarse o apercibirse. El verdadero mérito consiste en hacer algo en menos tiempo que otro, sólo quedan, por consiguiente, muy escasas horas de lealtad lícita y en esas horas se está cansado y se aspira no sólo a dejarse llevar, sino a tenderse pesadamente a la larga. Con arreglo a esta inclinación se redacta ahora la correspondencia y el estilo y el espíritu de las cartas será siempre la verdadera señal de los tiempos.
Si el trato social y las artes nos placen todavía, el deleite que nos proporcionan es placer de esclavos fatigados por el trabajo. De tedio entregarse a la alegría entre cultos e ignorantes: averguenza la desconfianza creciente de toda alegría. El trabajo monopoliza cada día más la tranquilidad de conciencia, la inclinación a la alegría se llama ya necesidad de reponerse y empieza a avergonzarse de sí misma.
"La salud me lo exige", es lo que suele uno arguir cuando le Sorprenden pasando un día en el campo. Si, se llegará pronto a no ceder a la inclinación a la vida contemplativa (es decir, a pasearse en compañía de pensamientos y de amigos), sin despreciarse a sí
mismo y sentir tranquila la conciencia. Pues bien, antes sucedía lo contrario: el trabajo era el que no tenía tranquila la conciencia. Un hombre de noble origen se ocultaba para trabajar cuando a ello le forzaba la pobreza. El esclavo trabajaba abrumado bajo el peso del sentimiento de que hacía una cosa despreciable. Hacer era despreciable. "Sólo en el ocio y en la guerra hay honra y nobleza". Así hablaba la preocupación antigua.

(echar los bofes: trabajar excesivamente)