28 de mayo de 2008

A mi hermana, a mi madre

Querida hermana y querida mamá:

¡Cómo duelen estas prematuras ausencias! Estas súbitas partidas, estas muertes sin razón en una Colombia que ha perdido el rumbo pero con la fortuna de contar con soñadoras, con soñadores que intentamos decir, contar, gritar desde la palabra con el artículo, el reportaje, la tertulia, el cuento, el poema… pero nuestras voces se pierden en el marasmo, en los altavoces de quienes se han enseñoreado con las armas para sembrar de terror los campos, las ciudades, las almas, los cuerpos de quienes pensamos y sentimos esta tierra tan llena, paradójicamente, de amor y de locura de vida, ansiosas de justicia y paz.

Hermana, mamá, la pérdida de un hijo, es parte de la muerte de una madre. Los lloramos, nos desgarramos, gritamos nuestra rabia e impotencia. Es nuestra urgencia y necesitamos hacerlo para que un día cicatrice, cicatrice esa herida, sólo que hoy sobre la cicatriz aparece otra herida en la historia familiar.

Pero hoy necesitamos, también como otra urgencia, recordar a nuestros ausentes como los idealistas que fueron cada uno dentro de su momento y del momento del país, recordarlos en su alegría y sus demencias, recordarlos en sus errores y en su inmensa capacidad de querer cambiar este país, una tarea bastante grande, esquiva e inalcanzable hasta nuestros días.

Amparo, Pastora, gracias por esa fortaleza que admiro desde el rincón que la siento a cada una. De las dos he aprendido tanto por lo que deseo hacer como por aquello que no me gusta o no comparto. Gracias hermana mayor, gracias mamá. Mis hermanos, mi hijo, mis sobrinos se han marchado pero siguen vivos y seguimos nosotras.

Se acaba de marchar Andrés Felipe y con él se fue un joven poeta que nos dejó sus versos y, hermana, tenemos también tus versos que aún necesitan ver la luz.

Un cósmico abrazo, un grito de rebeldía

Fabiola