24 de diciembre de 2007

A Pastora Ocampo en sus 80 años

Mi querida mamá, llegaste a tus primeros ochenta añitos. Uno a una fuimos llegando. Nadie era invitado, ninguna fue invitada, éramos tus hijas, nueras, yernos, la nietamenta en acción, los viejos y viejas camaradas de aquellas utopías. También tus hijos y nietos ausentes estuvieron presentes y quienes por un motivo u otro se perdieron la rumba, llamaron, escribieron y se hicieron sentir.

Mamá, estabas radiante, quizá como en tus quince que posiblemente mi hermana Amparo recuerde. ¿Lo recordará? Tus ojos se iluminaban en el desfile de los abrazos y las palabras amorosas que bien merece una mujer altiva y luchadora, una madre que recorrió anfiteatros, hospitales, puestos militares y de la policía buscando a su hijo desparecido y organizando a familiares de los presos por razones políticas; madre que dedicó su vida a sacar adelante a sus tres hijas y a sus tres hijos. Madre que cocinaba, lavaba o se ponía sus mejores galas para ir al colegio de cada uno y escuchar las alabanzas de los profesores hacia sus hijos e hijas o las quejas por sus pilatuna o rebeldía. Lectora incansable y mañosa con el orden; mujer, primero enamorada y luego, esposa como te impusieron las circunstancias y que hoy seguro, romperías las cadenas porque de ti aprendí a ser en gran parte lo que hoy soy, una amante de la libertad.
Mamá, las imágenes que vimos en pantalla desde tu juventud dieron cuenta de los años y la experiencia acumulada, de la belleza en sus diferentes etapas, de la construcción de una gran familia en la que cada quien a su manera le aporta a la construcción de la democracia en este país y en otros que hoy habitan y habitamos dispersos por el mundo.

Mamá, ¡Gracias! Esas mismas gracias que te dijeron en el homenaje que la Fundación Cultura Democrática te rindió en el Museo Nacional. Somos muchas, somos muchos los que de corazón te decimos, gracias mamá, gracias Pastora.